Nuestra sociedad ha evolucionado en las ultimas décadas a un ritmo vertiginoso. La revolución tecnológica ha propiciado profundos e impredecibles cambios en nuestra forma de vida. Nuestros hijos apenas pueden imaginar una TV en blanco y negro o un teléfono fijo. Sin embargo me pregunto si el sistema educativo ha avanzado al mismo ritmo adaptándose a las nuevas circunstancias,…
…y me contesto que no.
El sistema educativo actual nació entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, con el sistema educativo Prusiano, el despotismo ilustrado. Su fin último era básicamente educar a las masas no ilustradas para capacitarlos para el trabajo de la revolución industrial. Se requería desarrollar habilidades cognitivas y el manejo de máquinas para procesos industriales.
En la actual era tecnológica, ya existen autómatas programables, ordenadores y programas que hacen casi de todo. Las habilidades y capacidades necesarias para desenvolverse son bien distintas. Sufrimos una hiperinflación académica. Un elevadísimo porcentaje de la población tiene estudios superiores. Antaño eso era condición suficiente para tener un trabajo muy próspero. Hoy en cambio la mayoría de los recién titulados están en paro y tienen que seguir estudiando. En cambio, paradójicamente, otros genios destacan cuando abandonan la universidad para montar una empresa en un garaje, como Steve Jobs, cuando fundó Apple y años más tarde lanzaría al mercado el primer Smartphone.
Nuestros niños están siendo bombardeados con infinidad de estímulos e informaciones diariamente hasta el punto que no saben filtrar y asimilar la información que está a su alcance. Esto es lo que llamamos INFOXICACIÓN. Ya no es necesario memorizar, el conocimiento está al alcance de la mano. Lo diferencial, la clave, está es saber utilizar la información disponible para resolver situaciones complejas. Es decir, no se trata de ofuscarse con lo que “no sé hacer”, sino, preguntarse “qué puedo hacer con lo que sé”. La inteligencia no es solo racional, verbal, lógica o matemática, también es emocional, corporal, musical, artística, humanística, social. Howard Gardner ya lo describió en su teoría de las inteligencias múltiples. La capacidad de interrelacionar ideas, objetos y conceptos con pensamiento lateral, no lineal, es lo que propicia la creatividad y la innovación que es lo que en definitiva permite crecer, avanzar, progresar, frente a ser un número más del engranaje de la rueda de la vida.
Por eso el nuevo paradigma de la educación debe fundamentarse, a mi modo de ver, en 4 principios:
Educación en el Ser versus educación en el Tener. Ser padre, en lugar de tener hijos. El que tiene puede perder. El que es nunca dejará de ser. Educar para tener es educar para competir. Educar para el ser es educar para amar y ser feliz.
Educación emocional. Somos emociones, no pensamiento.La emoción dirige la atención y la atención dirige el aprendizaje. Atendamos las emociones, enseñemos a sentirlas, reconocerlas y expresarlas, a seguir la intuición y no solo a la razón.
No estigmatizar el error. Equivocarse no solo no es malo, sino que es bueno y necesario para aprender. Eliminando el juicio (redefiniendo la evaluación) permitimos la experimentación y la creatividad que llevan al aprendizaje y a la genialidad. Desaparece el miedo y aparece el juego, la exploración, y el aprendizaje auto-motivado por la propia curiosidad innata del niño.
Educación creadora, atención al talento, asistencia al desarrollo de las habilidades individuales únicas de cada niño. Todos nacemos brillantes. La buena educación nos ayuda a descubrir nuestra luz y a permitirnos brillar de adultos y vivir una vida plena y apasionada. La mala educación nos convierte en objetos grises que vagan por la vida esperando que llegue el fin de semana.
La educación no solo sucede en el colegio, se da en todos los ámbitos, con los amigos, en la familia, en las aficiones,… Trabajemos todos juntos en continuar mejorando el futuro de nuestros hijos en el nuevo paradigma de la educación. En última instancia educamos para que nuestros hijos sean felices.